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El sexo de mi virus - Joaquin Hurtado.

Es que traigo esto en la médula. Es que mis células están saturadas de ello. Es que las moléculas de mis fluidos se reorganizan en torno a él. Es que la mecánica cuántica de mis pensamientos sólo hierve en sus cuencas. Miento, sueño, manipulo, especulo, peleo, robo por y en su nombre. Y subvierto, invierto, construyo y derrumbo con el poder que me dan sus alas.

Víctor me comenta: “No me he hecho la carga viral pero me indican que tome Hivid y no sé qué madres”. Y Víctor pregunta: “¿Tú que me sugieres?” Y mientras manejo por las calles de Monterrey, por las escleróticas calles de este horno de ladrillos al rojo vivo, voy echando rollos pontificiales, consejos, advertencias, admoniciones sobre el virus, los retrovirales y sus efectos y nunca le respondo a Víctor lo que me preguntó. ¡Después de una hora de hablar y hablar! Pobre Víctor. Es que mi lengua está tinta en sus babas. Y hablo otro lenguaje porque hablo otra realidad. Veo las escenas de devastación que dejó el huracán Katrina en Nueva Orleans. De la televisión me llegan las texturas y pestilencias de la carne podrida debajo del agua del Mississippi desbordado. El idiota automático que habita en mí se acciona y me hago una pregunta que no viene al caso: ¿Cómo le van a hacer los enfermos de VIH/sida que han sido evacuados o se encuentran atrapados en sus casas en una ciudad que quedó hecha mierda? La pregunta no viene al caso porque a quién le importan los extravagantes murientes de la Gran Hecatombe que nos viene arrasando desde África entre pausadas olas de dolor, entre silenciosas borrascas que nadie ve desde hace más de veinte años. A quién le importamos si ya somos parte del escenario en el que vive el mundo de los presentes, si las cámaras sólo se ocupan de los 45 ancianos que los enfermeros dejaron a su suerte en un hospital de Louisiana. Mi mundo se ha tornado multidimensional en función a un virus bidimensional que sólo he visto en estampas. Mi universo es un lugar menos habitable pero más feliz y esperanzador gracias a la desgracia. Paradoja que se resuelve en la locura. Una vez Jesusa Rodríguez me preguntó qué sexo tenía mi virus del sida. ¡Qué loca! Inmediatamente le conteste: masculino. Ya ven que no sé ni me doy cuenta de lo que pienso o digo por culpa de este señor. Mejor me callo y sigo viendo la tele y dejo que el Otro siga haciendo estropicios en mi coco.

En: Letra S. Salud, sexualidad, sida. Número 111 | Jueves 6 de octubre de 2005. Suplemento de La Jornada. México.

Imagen: "Del paraíso" por Nahúm Zenil


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