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El cyborg del sida.


*El virus de inmunodeficiencia humana (VIH) es un monstruo moderno. No es humano, pero depende de un cuerpo para su existencia. No es un monstruo sólo por su letalidad, que ha mermado gran parte de su imaginario, sino también lo es por su carácter deseante, el cual no deja de generar figuras altamente eróticas. Las personas que conviven con el VIH dentro de su organismo, en ocasiones, más que abatirse ante la muerte anunciada, viran hacia la vida. Aún en el comienzo de la epidemia, cuando no existía remedio ante una muerte estrepitosa, la vida aparecía, quizá, en su estado más puro: ¿Acaso la muerte no es el destino de cualquiera? ¿No es una vida verdadera la que sólo aparece frente a la muerte? Y es esta muerte la que ha sido ligada, desde el “descubrimiento” del virus, a su forma de transmisión sexual; porque aún antes de ser nombrado, el virus ya era relacionado a un estilo de vida en particular: el homosexual. Incluso se sospechaba del uso de drogas por parte de esta población (los llamados poppers, utilizados, claro, para el disfrute erótico) como causa de la inexplicable inmunodeficiencia. Más tarde, ya hechas las anteriores relaciones, se confirmó la causa: los fluidos corporales. Es entonces el cuerpo, en su carácter fluido, el responsable de la transmisión. Se trata del cuerpo en su carácter erótico, que fluye hacia otro cuerpo y lo contamina, lo toca y lo trastoca. Es en el caso del sida que la sexualidad se encuentra ligada, ahora más que nunca, a la transformación de un cuerpo a causa de otro (el afecto mismo) y a la muerte. Son los fluidos, ya no únicamente genitales, sino femeninos (en su cuerpo fluido y de posible maternidad), globales (de migración) e incluso contenidos en jeringas (de aquellos deseosos de heroína) los responsables de su transmisión. Es así, como la sexualidad no normada se vincula también a las categorías de raza, clase y género Como respuesta: una serie de normas y prescripciones sanitarias, las fronteras entre los cuerpos debieron remarcarse, fortalecerse, corporal y socialmente (lo que es notorio en la categoría de “grupos de riesgo”). La asepsia intentó apoderarse del deseo, pero este, en su carácter también fluido, incontenible, no se permitió extinguir. El condón o bien se ha erotizado formando parte ya del ritual de copular, o bien se rechaza su uso de manera consciente. A pesar que el VIH sigue siendo un tema oculto en su mayoría, temido por algunos y marginalizado aún dentro de la misma diversidad sexual, en nuestro tiempo el VIH ya no es sinónimo de muerte, y no lo es tampoco de sida. El mayor responsable es un fármaco. O muchos. La guerra por la vida, en el caso del sida, siempre ha estado ligada al avance farmacológico, pero también, al acceso a ese medicamento así como a retomar el lugar simbólico que el estigma y la discriminación intentan anular. El fármaco debe incorporarse a la vida de la persona con VIH, no sólo mediante su ingesta cotidiana, sino que literalmente transforma su cuerpo a nivel molecular para evitar que el virus invada las células defensoras. Para Daniel Link, escritor argentino, esta figura de la fusión del cuerpo orgánico con una sustancia sintética se encuentra ya en la ciencia ficción, se trata del humano que ingiere un fármaco con nano robots que le conceden súper poderes: un cyborg.


*Foto: Alejandro Kuropatwa, Sin Título, Cóctel, 1996/2003


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