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Cuando escribo sé que no estoy solo. Cuando escribo sé que tú puedes sumarte a mi silenciada voz y decir conmigo las siguientes palabras. Cuando escribo no sólo soy yo, somos muchxs, soy tú y otrxs más, soy tu hermanx o tu futurx hijx, incluso soy alguno de tus padres.

 

No, yo no nací homosexual, nadie lo hace, pero tampoco nadie pide serlo. Porque homosexual es una etiqueta que me implantaron el día en que me enteré que era diferente. Para ser homosexual primero me asignaron una etiqueta a causa de mis genitales, para posteriormente decirme que el amor a otrx etiquetado igual que yo está prohibido.

 

Cuando escribo hay generaciones detrás de mí, humilladas, torturadas, exterminadas, en nombre de Dios, del Estado o del SIDA. Por eso en la punta de mis dedos está la rabia y no la neutralidad científica del término homosexual. Está la rabia que se oculta en los insultos: joto, machorra, puto, lencha, maricón. Nadie nace bajo estos adjetivos, se van incrustando en las vísceras, en la carne, en la piel. Ahí es cuando nace un homosexual: en el momento en que se pregunta ¿Soy eso que nombran? ¿Soy odio?

Cuando escribo están aquellxs que temieron ser odiados por esos seres que tanto amaron y les dieron la vida, después de todo ¿quién quiere un hijo homosexual? Si en la familia está la descendencia, trascender la casta, el honor, la dignidad ¿qué se puede esperar de un enfermo, pecador o semihumano?

 

Pero la luz llegó con la liberación sexual y de mercado. Ya no somos ese engendro que describían los manuales de medicina ¡Ahora somos gays! Pero en esto la ciencia es más contundente: nadie nace gay, debes ganártelo. Cuando escribo están esxs a quienes se les niega el nobiliario título de gay: putos, vestidas, closeterxs, marimachas, bicicletos, jotitas, mayates, locas, asexuales, hermafroditas y eunucos.

Para ser gay hay que ser fiel primero a tus genitales: ¡ser un hombre de verdad! Para eso hay que desenvolver dinero en el gimnasio y esteroides, conocer bien el capital cultural que un hombre consume, como su ropa, música y vello facial (aunque todo el mundo te siga considerando una loca). Nadie nace siendo hombre y menos siendo un macho. Cuando escribo están esos que tuvieron que tragarse las lágrimas para hacerse el machito no sólo frente a otros hombres sino también a mujeres que esperaban algún día verse unidas a un verdadero semental sin emociones.

 

Claro que para ser gay no se puede ser mujer, por eso las lesbianas son aparte, incluso cuando siguen la bandera arcoíris del capitalismo tienen una letra distinta: LGBTXYZ. Como buen macho el gay es caballero y las damas son primero, excepto con esas que nacieron con un pene o con ambos genitales; esas monstruosidades van al final porque no lucen bien en la portada (aunque hoy en día se puede corregir tal anomalía, claro si tienes el capital para ello). Cuando escribo están esas que no tienen opción más que prostituirse para verse como su deseo les indica, porque no hay otra forma de costear la promesa médica de dejar de ser un adefesio y convertirte en un ser hermoso y respetable para la sociedad, están esas que se inyectan aceite de comida porque apenas les alcanza para la renta; pero también aquellos que asumen dos géneros, que transitan entre ellos o no tienen ninguno; aquel que disfruta el sexo con su esposa pero que se pone su ropa a escondidas; incluso esas mujeres que aman a su pene ¡sí una mujer que ama a su pene!

 

Para ser gay tienes que tener hombría y dinero suficientes, pero además estar orgulloso de ello, decirlo a todos bajo una linda bandera en algún local cosmopolita; es mejor tenerte bien ubicado para que todos vean lo feliz que ahora, se supone, eres. Cuando escribo están esxs que sintieron miedo de decirlo: esxs que tuvieron que hacer infeliz a un hombre o a una mujer para conservar el apellido; también esos que les gusta empotrarse a los jotitos pero tienen miedo de decirles que podrían amarlos si se lo permitieran ellos mismos; aquellxs más que huyeron al convento pero que aún viven con miedo a ser descubiertos.

 

También para ser gay, más fácilmente, existe la posibilidad de irse a vivir al primer mundo, o al menos a una colonia citadina que se le parezca, casarte y tener hijos lejos de los prejuicios tercermundistas. Cuando escribo están, también, lxs indixs, nacxs y rurales, excluidos de Occidente, pero que su propia cultura les da la espalda y mueren abandonadxs por haber contraído vih; cultura que en algunos casos es lo suficientemente perspicaz para defenderse del colono pero no de sus prejuicios infundados.

 

Claro que hay un avance (o mejor dicho, adecuación) desde el término sodomita al de gay, pero a muchxs esa bandera de falsa felicidad no nos queda. Quizá somos también muy poco raros, o demasiado, ante los nuevos estándares de extravagancia, demasiado invisibles o invisibilizados para llamar la atención en las series de TV. Cuando escribo está la rabia, el miedo, la humillación, la muerte, pero también ese emputamiento que levanta la lucha, sí, la lucha interna para dejar de odiarse a sí mismx, pero también la lucha de muchxs que resisten en colectivo, defendiendo el derecho a la libertad.

 

Cuando escribo está todo aquel que lucha por la libertad, no sólo erótica, sino social, política, económica, ambiental y todo aquel que defiende la vida. Cuando escribo puedes estar tú, sin importar la definición sexual que te digan que tienes, está aquel que ha visto sufrir a un ser querido por ser diferente, pero también todo aquel que es diferenciado del resto por cualquier motivo en base a los estándares de normalidad.  Porque vivimos en un mundo (capitalista) donde cualquiera puede perder su derecho a la dignidad y todxs podemos ser desechables. Cuando escribo pienso en un mundo no sin diferencias, pero sí con libertad, justicia e igualdad. Cuando escribo quiero dejar de ser yo, pero ya no por miedo, quiero dejar de ser yo para ser NOSOTRXS.

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